martes, 10 de febrero de 2015

Poliamoroso o multimentiroso?

Rigoberto se esmeraba en contar sin contar. No daba detalles, no de manera coherente, sus relatos eran un viaje transdimencional donde la noche transcurría en algo que sonaba Monmartre y la mañana siguiente discurría en el "Mosquero" (el viejo mercado de pescadores en la Guaira). Era como hacer pasar las ojos por un atlas mundial a toda velocidad, y ver pasar relampagueantes las imágenes de lugares que crees reconocer sin detalle. Rigoberto se esmeraba y yo le escuchaba, seguro de que, a cambio de una cerveza, teníamos nuestra propia versión de una radionovela como las que oían mis abuelas. Seguro de que no era mas que eso, una mezcla entretenida de guión e improvisación. Como los cuentos de mi querida madre antes de ir a dormir, pero con una picaresca que ya mi vieja linda habría censurado diciendo "la cosa esta pasadita de color". 

Pero lo que me resultaba mas divertido no era ese viaje apurado, sino el muy serio interrogatorio al que lo sometía el Chino. Parecía seguro de que de aquel Munchahausen tropical escondía una sabiduría trascendental que debíamos desentrañar. Aun cuando en otros tiempos aquello me habría enojado, ahora se me antojaba divertido. Tal vez eran las cervezas que ellos tomaban o el vino que tomaba yo. Tal vez estaba muy cansado de ser yo, tan estructurado, tan esmerado, que por un rato me dedicaba a oír un cuento de nada que narraba don nadie, no lo se. Tal vez era simplemente divertido.

En uno de esos interrogatorios, Roberto bautizo las máximas que, sobre el amor, la pareja, la sociedad, las mujeres y las relaciones personales, había referido el viejo charlatán durante las últimas cinco cervezas, EL POLIAMOR. Luego de aquella ocurrencia, que para los conversantes parecía una proeza equivalente a haber descubierto la penicilina, continuaron afinando premisas sobre el amor prodigado generosamente, sin límites de numero o espacio. 

Yo los escuchaba, como quien ojea una revista en la sala de espera del dentista. 

Al fin salte, tal vez porque se me dormían las piernas, o porque algo me había picado, literal o metafóricamente. Aclare la garganta y comencé diciéndoles "bueno, bueno, vamos a ponernos serios, esta bien, es cierto, las personas tienen, si se lo permiten, una capacidad infinita de amar, pero la consideración y la vida en sociedad nos obligan a disciplinar ese amor, a limitarlo, y a veces incluso a olvidarlo. Esa historia de amar a muchas y de la belleza y las delicias del multiamor o Poliamor es mentira, polimentira para usar los términos "científicos" que han venido afinando esta noche, pues amar a dos es romperle el corazón a tres. Que esas historias no tienen final feliz posible. Y que si la sociedad las reprocha es justamente porque no hacen más que acarrear problemas, tristeza y dolor, culpa y arrepentimiento. Que solo los simples o los malvados pueden justificar tal proceder".

Rigoberto me miro con sorpresa, y miro a Roberto, quien exclamo "Si, de vez en cuando habla". Luego el viejo charlatán se volteó de nuevo hacia mi y me dijo: "Lo siento mucho, siento mucho que te sientas ofendido o atemorizado por mi estilo de vida. Esta bien. Yo no te quiero convencer de que ames a muchas al mismo tiempo, cada quien como es. Pero si te digo algo: con una, con dos o con diez, la regla para ser feliz es amar, permitirse amar, y para amar, cada vez, el truco es arriesgar, entregarse por completo y no temer. Así que ama, a quien quieras amar, por encima del recato, por encima del miedo, allí se encuentra la felicidad, aun cunando sea solo de a momentos. Esta vida es un ratito, y sin alguien a quien amar y sin ser amado, no vale la pena. Asi, permitete amar pero a gritos y con fuerza, y no con moderación o discreción"

Hasta allí le escuche, cansado, un poco mareado, y con algo de sueño lo mire y estuve a punto de decirle que estaba loco, que de donde sacaba que yo tenía miedo, o recato, o moderación? Pensé en explicarle que no hacia falta experiencia sino solo sentido común para decirle lo que le había dicho. Pero al final no le dije nada, no tenía objeto discutir con una edición radiada de "El Derecho de Nacer" o con una página de horóscopo del diario. Me di cuenta entonces de lo que había sucedido. Era todo parte de una técnica de debate: es más fácil hablarle a quien te objeta de sus propios defectos (reales o ficticios) que discutir sus objeciones, pues así aquel se defiende a si y olvida su objeción. Me sorprendio entonces la maestría del charlatán y simplemente me pare, y les dije, "señores hasta aquí les acompaño, gracias por la conversa, pero este Tigre se va a dormir", y sin demora emprendí el regreso al hostal en Mitre, mientras aquellos dos - luego de insistir para que me quedara con ellos un poco mas - permanecieron sentados charlando sobre filosofía "de real y medio" el resto de la noche. Hacia mucho calor, el verano estaba en su apogeo, y tomar vino tinto solo servia, a esa hora y con ese clima, para hacerme sentir triste.

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